Los excelentes

El 28 de Mayo del 2010, en el acto de presentación de mi poemario "Espejo de azules", se presentó también el libro de relatos titulado "Los Excelentes".

Este libro reúne los mejores relatos realizados durante el taller de escritura creativa llevado a cabo en la UJI (Universidad Jaume I de Castellón) y en el cual he participado con siete relatos.


Portada del libro

Acto de presentación

Uno de estos relatos es el titulado "Desde Rusia con Amor", resultado de un ejercicio propuesto en el taller acerca de los posibles motivos por los cuales alguien se conectaba a nuestro blog http://pliegosvolantes.blogspot.com/ desde Rusia.

DESDE RUSIA CON AMOR

Hacia mucho frío aquella mañana de Febrero en que Sergei despertó con una energía renovada. Se sentía feliz. Por fin había tomado la decisión, largamente deseada pero siempre aplazada por diferentes motivos, de conocer la tierra de sus antepasados.

Hasta donde alcanzaban sus recuerdos de niñez, podría reproducir, casi palabra por palabra, los relatos de su padre, impregnados de nostalgia, acerca de su pueblo natal al que nunca más pudo regresar. Pero él había decidido que iba a cumplir ese sueño.

Su padre era de origen español, asturiano más concretamente, y había sido un “niño de la guerra”, como se conocía a los niños que durante la Guerra Civil Española fueron enviados desde las zonas republicanas a Rusia con objeto de protegerles de los horrores de la guerra.

Le contaba que había embarcado en el Puerto de Muset (Gijón) el 24 de Septiembre de 1937 junto a mil cien niños más, y auxiliares y educadores que iban a ayudarles para que fuese más llevadera la ausencia de los padres y demás familiares. Nunca olvidaría esa fecha. Él contaba doce años y era de los más mayores, por eso, quizá, llevaba con más fuerza grabada la imagen de su querido Llanes en el corazón. Los verdes prados y las espumas del mar Cantábrico, el olor de sus olas y la barca con que su padre se ganaba la vida permanecieron para siempre en su interior.

Todo quedó atrás bruscamente, aunque les dijeron que iba a ser por poco tiempo. Al llegar a Leningrado, los alojaron, junto a sus acompañantes, en las llamadas “Casas infantiles para Niños Españoles” instaladas en edificios que habían pertenecido a la antigua nobleza soviética, y en las que aún se podían apreciar vestigios de su antiguo esplendor, pero eran grandes y frías, muy frías. Llegó a haber un total de dieciséis casas de este tipo. Pero aquel no fue un tiempo del todo malo. De no ser por la añoranza de la familia, decía que incluso se podía ser feliz, aunque los meses iban pasando y el momento del regreso no llegaba nunca.

El problema estalló de repente con la II Guerra Mundial. El 26 de Junio de 1941, se produjo el ataque del ejército alemán, y las casas de los niños se vieron afectadas por el bloqueo durante el duro invierno 41/42. Finalmente, en la primavera, el Gobierno ordenó la evacuación de la zona hacía lugares más seguros. Él, considerado ya no tan niño, hubo de colaborar en tareas de retaguardia. Fue una temporada especialmente dura de la que ya no gustaba tanto hablar. Aunque aún se consideró afortunado pues a otros compañeros suyos –no mucho mayores- les obligaron a incorporarse al ejército rojo y algunos ya no regresaron.

Con el final de la Guerra se inicio un periodo de gran penuria económica. En plena Guerra Fría no se les permitió abandonar Rusia, salvo a algunos que partieron hacia Cuba. Aunque con el recuerdo de su tierra y gentes clavado siempre en el corazón, fue consciente de que no tenía más vida que aquella y había que vivirla. Obtuvo la doble nacionalidad. Pudo seguir unos estudios –para entonces ya hablaba ruso a la perfección- y consiguió encontrar un trabajo con el que ganarse la vida.

En el año 1956, por mediación de la Cruz Roja se llegó a un acuerdo entre los gobiernos ruso y español, por el cual regresaron casi la mitad de los que habían partido. Él estuvo tentado, pero por aquel entonces ya se había casado con una joven rusa a la que adoraba y tenían dos hijos muy pequeños. Les pareció que dejar atrás una situación estable y todo lo conocido para marchar poco menos que a la aventura era muy arriesgado. De hecho, muchos de los que partieron volvieron a regresar por problemas de inadaptación a la vida española de entonces, tan distinta a la que ellos recordaban. Él hubiera podido considerarse feliz con cuanto había conseguido de no ser por aquel pellizco de nostalgia que siempre le acompañó.

Quiso que sus hijos hablasen español con la misma perfección que el ruso, y desde muy niños hablaba con ellos en ambas lenguas. Y supo transmitirles el amor por su tierra. Sobre todo Sergei demostró siempre un gran afecto por todo lo español. Tanto así que condicionó su profesión. Era traductor y colaboraba asiduamente con la Embajada española. En ocasiones, si observaba un grupo de turistas españoles extasiados ante algún monumento, no tenía reparo en acercarse para preguntar de donde procedían y ponerse al día de la actualidad española. También le fascinaba navegar por Internet y descubrir lugares interesantes.

Fue así, por azar, como suelen ocurrir estas cosas, que un día descubrió un blog llamado “Pliegos volantes”. Allí escribían sobre los más diversos temas un grupo de personas que asistían a un taller de escritura en la Universidad de Castellón. No sabría decir por qué, pero le enganchó. Tanto es así que, cada semana, esperaba con impaciencia el momento de conectarse para leer sus relatos. Le hacían sentir un poco más cerca de su soñada España y hasta parecía que, en cierto modo, se sentía entre ellos como un amigo más.

Tal vez fuera ese el detonante que necesitaba para darse cuenta de que había llegado ya el momento de visitar España. No iba a demorarlo más. Su padre murió sin poder realizar su sueño, pero él iba a cumplirlo por los dos. Tenía claro el origen: Llanes. A partir de ahí visitaría el máximo de lugares posible y, desde luego, en algún momento tendría un encuentro con sus amigos de “Pliegos volantes” en Castellón.