152 Rosas Blancas

En Marzo del 2014, mi relato "El sol de Flandes" quedó finalista en el concurso de temática romántica - histórica, convocado por la editorial Divalentis.

Se publicó en el libro titulado "152 Rosas Blancas" y fue presentado en el mes de Abril en la feria del libro de Castellón.

 





EL SOL DE FLANDES

      Amanece. Siento frío. Me resisto a abandonar el refugio cálido que aún me ofrece el lecho en esta tierra extraña, lejana y brumosa, que es ya mi patria. Todavía baila en mi retina el intenso azul del cielo castellano. Aquí no cesa de llover y no diviso más que gris entre tanta bruma ¿Será acaso un presagio del triste color de mi destino?

     Dentro de un instante mis damas acudirán alborozadas para acicalarme –con más esmero del habitual– para el esperado encuentro con mi futuro esposo, al que todavía no conozco. Estoy nerviosa y agitada ¿Me amará? ¿Me hallará hermosa? Él lo es y mucho, según el retrato mostrado por sus embajadores cuando se concertó nuestro matrimonio, pero no sé, a veces los pintores pueden ser cortesanos más deseosos de halagar a sus señores que de hacer justicia a la verdad.

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     Nada mas vernos nuestros ojos se han sentido imantados mientras el mundo que nos rodea se desvanece. Nos sobra la Corte, el boato y todo el esplendor de los festejos dispuestos para la ocasión. Ni siquiera la severa educación impuesta por mi madre, la reina Isabel, ni el decoro que se supone en una doncella de dieciséis años, es capaz de dominar ese temblor evidente, ese sofoco que siento en las entrañas por primera vez en mi vida. Tampoco me importa que todos perciban el latido furioso de mi corazón en un anhelo loco por fundirme con él, ni esa pasión urgente por gozar cuanto antes del deleite de un abrazo que deseo interminable.

     Es verdad que Felipe es muy hermoso, mucho más de lo prometido en su retrato. Me percato de cómo mis damas lo devoran con la mirada y me asombra su descaro. Habré de ser cautelosa y escoger dueñas no muy jóvenes ni tampoco bellas. Pero, en este momento, me siento feliz porque sé que soy yo la que goza de su agradado.

     Ante el estupor de la Corte, Felipe exige la presencia de un capellán que nos case de inmediato. Me halaga su urgencia pareja a la mía. Ni él ni yo estamos dispuestos a aguardar esos dos días que faltan para la ceremonia oficial del casamiento. Son tan inútiles las palabras prudentes de sus consejeros como las miradas recriminatorias de los míos. No nos preocupa el escándalo mientras nuestros cuerpos arden de deseo.

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     Desde mi llegada solo vislumbro lluvia tras los ventanales, pero ya no preciso del sol. Mi sol habita en mi lecho. Aunque temo espantar a mi esposo con esta pasión exclusiva y excluyente que no logro saciar. Requiero su atención a todas horas y no soporto compartirle con nadie. Cuando no está conmigo, le busco como loba encelada. Él me recrimina que me ponga en evidencia y propicie habladurías maliciosas entre los cortesanos cuando, apenas acabado el refrigerio –aún en presencia de invitados y sirvientes– le urjo a retirarnos a nuestros aposentos, mientras mis mejillas encendidas delatan el deseo que me consume.

     Si el amor es abrasarse en este fuego que no cesa; renunciar a vivir en mí para vivir en él; sentir esta premura irracional por gozar de sus besos; el deseo de no habitar en otro lugar que no sea el cobijo reconfortante de su abrazo, ni bajo más cielo que su mirada…debo concluir que temo volverme loca de amor.