Bajo el título de "El camino del corazón solidario" se publicó un libro digital con objeto de destinar el importe de las descargas para fines benéficos. Se incluyó mi relato titulado "El vestido de novia". La recaudación de este libro irá integra a la Casa Caridad de Valencia.
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EL VESTIDO DE NOVIA
Siempre estaré agradecida a mi madre por haber tenido el acierto de llamarme Esperanza. Creo que fue el mejor regalo que pudo hacerme. De algún modo, ha condicionado mis actos e impedido abandonarme al desaliento, en todos los reveses que me ha tocado vivir. Actualmente soy una más de las muchas personas que, en estos duros tiempos, sobrevivimos en las calles de cualquier ciudad, aunque seamos casi invisibles para la mayoría de los transeúntes. Pero anoche la vida me hizo un regalo inesperado que me hizo revivir algo de la plenitud de antaño y el deseo de escapar a mi invisibilidad, aunque sea solo por unos instantes.
Sucedió cuando, en compañía del buenazo de mi Hércules, hurgábamos en el contenedor de basura que nos procura el diario sustento. De pronto, la luna descendió hasta el fondo y se detuvo, con un intenso resplandor, en una bolsa de plástico en la cual yo no había reparado La abrí, nerviosa e impaciente y en su interior, un amarillento vestido de novia, aún oliendo a decepción, se me ofreció para reavivar mis perdidos sueños adolescentes. Lo acogí emocionada y enseguida le comuniqué a Hércules que iba a vestirme de novia para él. Se limitó a apretarme con fuerza la mano y esbozar una sonrisa derrotada
Es cierto que él nunca me ha dicho que me ama. No hace falta. Lo sé. Me lo dicen sus gestos cuando pelea por ofrecerme el mejor de los bocados. Cuando, durante la noche, en la fábrica olvidada que nos ofrece refugio, bajo mantas y cartones, él me abraza con tal fuerza que absorbe todo mi frío. Según dice, las personas como nosotros, carentes de futuro, no deben hacer promesas ni hablarse de sentimientos. Su vocabulario solo alcanza la supervivencia. Yo protesto. Argumento que, hablar así es admitir la derrota y me niego a reconocer que sea esta nuestra situación. Pasamos, como tantos otros en estos tiempos, un mal momento que no va a durar siempre. Le digo que ahora estamos en lo peor, en el fondo del pozo y ya solo cabe salir, porque ni él ni yo nos vamos a resignar. Él se limita a esbozar esa media sonrisa suya que tanto me enloquece.
No deja de ser curioso el equipo que hemos formado, siendo tan diferentes como somos. Él es de corpachón fuerte, muy fuerte, pero débil sicológicamente. Se abate con facilidad y las adversidades le doblegan el ánimo. Yo, por el contrario, encierro en mi cuerpo frágil y menudo, un espíritu combativo que no suele arredrarse ante los contratiempos. Nos complementamos a la perfección y es por eso, creo, que nos hicimos inseparables desde el mismo día, ya tan lejano, en que coincidimos rebuscando entre las basuras.
¿Cómo llegué a esta situación? Ya no es tiempo de pensar en que todo pudo haber sido de otra manera. Ha sido así y punto. Simplemente, la vida se nos puso en contra. Hay noches en las que, en la quietud del insomnio, la nostalgia se empeña en recordarme lo que fui. Durante años yo tuve trabajo, incluso, un buen trabajo diría, gratificante y bien remunerado. Pero las alas negras de la crisis comenzaron a sobrevolar aquella que siempre había sido una sólida empresa y, un mal día, tropezamos con el cierre echado. A partir de ahí, el declive fue rápido e imparable. Acechada por una hipoteca implacable e inmisericorde, agotados subsidios y prestaciones, consumidos los ahorros, lo perdí todo. La calle fue el único lugar cierto. Y en ella encontré a Hércules y a tantos y tantos otros con historias similares a la mía.
Afortunadamente también hallamos personas solidarias que nos ayudan a diario. A mí siempre se me dieron bien las manualidades y, gracias a una señora que he conocido a través de Cáritas, puedo vender en la tienda de una amiga suya, algunos accesorios confeccionados con materiales de reciclaje, El otro día me comentó muy ilusionada, que unos grandes almacenes se habían interesado por mis diseños y tal vez pudieran comercializarlos. Es posible que la luz al final del túnel no esté ya tan lejos.
Debo decir que me alegro de que mis padres hayan fallecido antes de sufrir el dolor de contemplarme en semejante situación. Claro que, si ellos estuvieran vivos, casa y comida no me iban a faltar, pero prefiero haberles evitado el sufrimiento de verme en tales circunstancias. La única familia que me resta es una hermana, cuatro años menor que yo, a la que hace mucho tiempo que no veo. La última vez que nos encontramos, pude percibir en ella un atisbo de incomodidad y, desde entonces me he mantenido apartada, para que no se sienta humillada por mi existencia. Es una actriz de éxito y mi situación no le favorece. Ella vive en otro mundo, a años luz del mío. A veces pienso en ella y me entristezco al recordar lo unidas que estuvimos en otra época. Como hermana mayor, la protegí y apoyé siempre. Incluso me enfrenté a nuestros padres cuando mostraron tanta oposición a sus deseos de convertirse en actriz. Hicimos frente común hasta lograr vencer su resistencia. Recuerdo su ilusión cuando, con mi primer sueldo, le pude regalar aquellas gafas de sol, de una firma, carísima, que tanto deseaba. Me comía a besos. Las llevaba siempre, incluso en los días nublados. No hace demasiado tiempo, aún pude ver como las lucía en la portada de una revista. Ella se puede permitir esas excentricidades y hasta es capaz de ponerlas otra vez de moda después de más de veinte años. O fue, tal vez, un guiño a la nostalgia…
A través de las portadas de esas revistas que ocupa de continuo, voy sabiendo de su vida. Ya va por el tercer divorcio, creo. Me da pena. Mientras yo -a pesar de mi miseria- he tenido la fortuna de encontrar a Hércules -que me ama aunque nunca me lo diga- ella parece incapaz de hallar a alguien que no persiga su riqueza o su poder. Resulta demasiado tópico, lo sé, pero así parece. Cuando me acerco a husmear por los quioscos, nadie adivinaría el parentesco que nos une y, que tan solo cuatro años nos separan. Ella se muestra espléndida, instalada en una juventud eterna, que parece haberla congelado para siempre en las páginas de papel couché, mientras mí me invade una vejez prematura que, a veces, parece querer arrugar incluso el alma.
Pero en estos momentos, vuelvo a sentirme joven y casi hermosa otra vez. Vestiré ese traje que el azar me ha brindado y, como novia radiante, me casaré con mi amor. Sin flores, música, padrinos ni invitados. Él y yo. Los dos solitos, uniremos nuestras manos y nos miraremos muy hondo. Unas tirillas de tul, anudadas en los dedos, sellaran nuestra alianza. Después, aún vestida de boda, entre mantas y cartones, una noche más, me cobijaran sus brazos y ¿quién sabe? si tras una lágrima rebelde que no desee reprimir, le oiga musitar un Te quiero.